El
sentido de la vida se pierde porque tenemos nuestros objetivos en cosas
materiales y perecederas: riqueza, estimación, comodidades. Y cuando
nos preguntamos ¿para qué estoy viviendo? no vemos nada que realmente
valga la pena de emplear la vida entera.
¿Por qué nací? Yo no pedí venir al mundo. ¿Cuál es el sentido de mi vida? Todos nos hemos formulado alguna vez estas preguntas. Reflexionando al respecto, hay quienes reconocen que la vida es corta y procuran disfrutarla al máximo; pero en la tierra todo llega a su fin… ¿y después qué? Hay quienes viven sólo para amontonar dinero; pero después de ellos, ¿a dónde irá a parar su fortuna? Hay gente desesperada cuya vida va de decepción en decepción, y entonces terminan suicidándose porque no encuentran una razón de vivir: También están aquellos cuya loable meta es servir a su prójimo, ser buenos ciudadanos y criar bien a sus hijos. Pero, esta buena conducta sólo adquiere su verdadero sentido si se actúa con Dios y para Dios.
¿De dónde venimos y adónde vamos? Estas son las preguntas que cada uno debería formularse y ante las cuales la sabiduría humana queda sin respuesta. Pero, ¡qué felicidad! Dios nos responde. La Biblia nos explica por qué hemos sido creados, por qué estamos en la tierra, por qué hay que morir, etc. Apropiarse de las respuestas que ofrece la Biblia a estas preguntas hasta aceptarlas por la fe da un sentido a nuestra vida.
“Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:13-14).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario